lunes, 9 de junio de 2008

Memoria

La muerte está siempre ahí, expectante, detrás de cada esquina relamiendosé mientras el tiempo pasa y su hora de actuar se acerca. Se divierte asustando con su sombra de parca burtoniana a los más chicos y amenazando con distintos trucos (infartos, desmayos, accidentes, etc.) a personas que tiemblan cuando se acercan al final de su vida.

Seamos sinceros, la muerte nunca oye nuestros reclamos, ni de sus víctimas y ni de los allegados al potencial occiso. No sólo no le interesan esos gritos y pedidos de piedad, sino que defiende sus acciones escudándose en una frase utilizada hasta el hartazgo entre los humanos: "Es mi trabajo, tengo que hacerlo".

Poco sabemos de ella, no conocemos con exactitud el momento en que va a llegar para llevarnos o llevarse a un ser querido (o simplemente a un ser, no siempre queremos a nuestros allegados), lo único que se sabe es que, con pequeñas excepciones, en sus visitas nunca es recibida con los brazos abiertos y un chop de cerveza burbujeante y, por supuesto, bien frappé.

Por suerte la muerte ha rondado poco por mi círculo familiar y de seres conocidos. Pero el sábado (justo en el cumpleaños de mi hermano) dio un zarpazo (la muerte no tiene zarpa, pero el verbo queda lindo igual no?) esperado pero cruel y se llevó al otro mundo a un integrante de mi familia. Sé que no es bueno comparar entre tipos de animales y que para los menos sensibles un perro es sólo un peluche que una noche se atrevió a caminar y ladrar sin ayuda de batería alguna, pero para mí Juana (el occiso en cuestión) era un ser más que habitaba mi casa. No nos queda otra que extrañar su presencia (casi siempre hechada frente a la puerta, descansando exageradamente como si hubiese terminado de tejer el universo antes de apoyar la cabeza en la gélida baldosa del garage), su fragancia (producto de ser bañada tan sólo dos veces por lustro), sus quejidos cuando el hambre la atacaba (cada 2 hs aproximadamente) y sus choques ante el primer obstáculo que apareciese en su camino en épocas en las que se ceguera le había quitado el don de ver, no así de vivir.

La "chule" vivirá siempre en nuestros recuerdos de la infancia (llegó cuando yo tenía 8 años y se fue cuando estoy por cumplir los 24) como una compañera fiel que nos acompañó en tantos momentos de nuestra vida, secando nuestras lágrimas o tan sólo acercandose para pedir un pedazo de pan. Pero no hay que olvidar que la muerte estaba en la esquina y Juana en su final esperaba el zarpazo, era tiempo de irse, ya había cumplido su misión de hacer feliz una familia por casi 16 largos años.

En memoria de Juana "Chuleta" Salas : 01-08-1992 / 07-06-2008

2 comentarios:

Anónimo dijo...

nada gay t kiero :)
jaja

si la re vamos a extrañar
era la perra bicentenaria


nice job writting this note
y hablando de note
aguante death note
kirakirakira!!!
jaa

Anónimo dijo...

Me cuesta pensar y asumir lo mucho que la extrañamos, entender el personaje que era para muchas personas ajenas a nuestra familia, en el vacío inmenso que ha dejado.
Me cuesta pensar y asumir que un animal pueda dejar una huella tan grande. Juana ha sido una "hermosa" compañera de camino, casi amiga, casi hermana, testigo del paso de la vida por todos nosotros, cómplice de alegrías, amarguras y sorpresas.
Primero ágil, nerviosa y guardiana; después cansina, ciega y dormilona: Juana siempre estuvo, siempre nos defendió, siempre fue leal. Indómita y fiel. Temperamental y familiar.
Juana cumplió con su misión de acompañarnos y hacernos la vida mucho más confiable y alegre.
Gracias, "Chule".